Lake Tahoe | The invisible MAN: Bob Dylan

Misterioso, huidizo, impredecible. Ante su inminente regreso a la Argentina, un recorrido por la vida y obra de uno de los artistas más influyentes de los últimos 50 años



Verano de 2009. Un vecino de Nueva Jersey ve desde la ventana a un hombre de aspecto sospechoso, vestido con un buzo con capucha, que anda merodeando por la zona.  Llama, preocupado, a la policía. Los dos oficiales que llegan al lugar le piden identificación. El hombre no lleva documentos, pero asegura que es Bob Dylan y que, simplemente, estaba dando una vuelta, mirando casas, mientras hacía tiempo para el concierto que debía dar en un rato. A pesar del recelo, logró convencerlos para que lo acompañaran hasta el hotel en el que paraba y donde se resolvió el malentendido. "No se parecía en nada a Bob Dylan", contó luego uno de los policías a la agencia AP.
Una anécdota muy Bob Dylan. Porque el hombre considerado como uno de los artistas más importantes de la música popular del último medio siglo, de quien se han escrito centenares de libros y al que se le dedican congresos en las universidades, el que desde hace años es propuesto como candidato a un Nobel de Literatura, el que recibió premios y doctorados honoris causa, el que escribió más de quinientas canciones, muchísimas a prueba del tiempo, y a quien Bono ha definido como "el malabarista de la belleza y de la verdad; nuestro William Shakespeare con camisa a lunares", es también el artista más misterioso, el más impredecible, el más enigmático, el más inaprensible de las últimas décadas. El hombre que va a contramano. El hombre invisible. El eterno fabulador. El caballero errante.
Desde el 7 de junio de 1988 Bob Dylan anda por el mundo, como un gitano, con su circo musical a cuestas, recorriendo países y ciudades, teatros y casinos, incansable, en lo que se conoce como el Never Ending Tour.
Esta auténtica maratón de shows lo coloca en la vereda exactamente opuesta a la que indican las reglas de oro del negocio musical. Desde hace casi un cuarto de siglo, Bob Dylan burla y desafía el esquema generalmente impuesto que dicta que una banda o un artista deben grabar disco, salir de gira para promocionarlo, sacar el correspondiente álbum en vivo y luego llamarse a receso, para descansar, pero sobre todo para que el mundo descanse antes de que comience un nuevo ciclo. Dylan en cambio eligió el sistema cinta de Moebius. Un continuo sin fin, sin bordes ni aristas. A un promedio de cien shows anuales, ahí va por las rutas, rotando canciones, sacando de la galera viejas composiciones, pero dándoles una nueva e inesperada vida, en presentaciones en las que no hay la menor intención de complacer al público. Casi no habla, apenas saluda y presenta a los músicos.
En su peregrinar, la grabación de un disco es simplemente un alto en la ruta. A contramano también de lo que se acostumbra hoy, Dylan no se encierra largo tiempo en los estudios a grabar y regrabar buscando la toma perfecta o corrigiendo tecnológicamente las imperfecciones.

Son sólo algunas de las muchas maneras de andar contra la corriente de este artista cuya importancia no se mide por ventas, sino por influencia, sobre el que se han escrito infinidad de libros, incluido un extensísimo volumen dedicado a su obra del catedrático de Cambridge Christohper Ricks, y que obtuvo una mención especial de los Premios Pulitzer, por su "profundo impacto en la música popular y en la cultura norteamericana, por sus composiciones de un extraordinario poder poético". Para muchos, incluido el poeta británico Andrew Motion, Vissions of Johanna es la mejor letra de canción jamás escrita.
Pegar volantazos es su estilo. Y lo ha hecho desde el mismo comienzo. Apenas con un par de álbumes grabados, a principios de los 60, Dylan se había convertido en la gran promesa del resurgimiento del folk. Blowin in the Wind, The Times They Are A-Changin', Masters of War eran himnos del movimiento por los derechos civiles, en el clima enrarecido por la amenaza nuclear y la Guerra Fría. Sus canciones eran como latigazos que pegaban donde más dolía, que denunciaban las injusticias, que clamaban por un nuevo mundo y escupían verdades a una sociedad que aún toleraba el segregacionismo. Una de sus primeras composiciones, The Death of Emmeth Till, clamaba contra una injusta justicia que liberó a los asesinos de un joven negro, que había cometido el pecado de flirtear con una muchacha blanca. Así, el joven que había grabado su primer álbum a los 20 años, casi recién llegado a Nueva York, a los 22 estaba cantando sus canciones junto a Martin Luther King, en aquella gran marcha del Tengo un sueño. También interpelaba a los poderes: "Senadores, congresistas, por favor escuchen el llamado, no se paren en la puerta, no nos cierren el paso" (The Times They Are A-Changin'); formulaba ardientes preguntas como "cuántos caminos tiene que transitar un hombre, antes de merecer ser llamado hombre", y tenía visiones de mundos en ruinas, mares muertos y tierras secas.
  • Comenzaron a llamarlo la voz de una generación, era quien le ponía palabras a lo que parecía sucederles a todos. Aquel que tenía la verdad. Muy pronto, ese lugar en que lo habían puesto, lo incomodó. Como buen geminiano, el hombre que había nacido en el frío norte de los Estados Unidos el 24 de junio de 1941 sintió que las ataduras lo estaban limitando. Grabó entonces un disco más intimista, Another Side of Bob Dylan, en el que la búsqueda poética primaba por sobre las denuncias o los relatos sociales, inspirado en sus frenéticas lecturas de Rimbaud, Keats, el surrealismo y los poetas beats.

Y poco después, en rotundo golpe de timón sacudió al movimiento folk cuando dejó de lado la guitarra acústica, sumó músicos y electricidad, y comenzó a aullar sus temas. En 1965, en el festival de Newport, un encuentro tan tradicional como supo ser nuestro Cosquín, quisieron cortarle el sonido mientras el público lo abucheaba por tamaño atrevimiento. De allí viajó a Inglaterra donde recibió desde la platea, en una de las anécdotas más famosas de la historia del rock, el grito de Judas por la traición de electrificar su sonido en la segunda parte del concierto. La respuesta a tamaña acusación fue contundente: "Toquen más fuerte", les pidió a sus músicos antes de comenzar con Like a Rolling Stone, el extenso tema que, según una reciente encuesta de la revista Rolling Stone norteamericana, es la mejor canción de rock de todos los tiempos. Un tema bisagra que cambió el panorama de la música popular, que le dio forma definitiva al rock al separarlo del rock and roll y que ha ameritado un libro entero de Greil Marcus, el ensayista que hizo del rock su material de trabajo, en un análisis que busca entender no sólo al artista, sino, a través de él, a toda una época.
  • Con sus seis minutos rompió otra regla de oro: que las canciones, para su difusión radial, no debían extenderse mucho más allá de los tres minutos. No fue así, trepó al segundo puesto de los rankings, y lo convirtió en héroe ya no del folk, sino del rock.

Sería el primero de sus muchos cambios de dirección. Sus fans debieron acostumbrarse a que Bob Dylan nunca esté en el lugar que uno esperaba. Si en esos tiempos veloces y revolucionarios de los años 60, el Festival de Woodstock fue el clímax del movimiento hippie, Dylan estaba por allí, pero no participando de esos tres días de música, paz y amor, sino en la casa que se había comprado en medio del campo, retirado del mundo tras un accidente en moto del que tampoco se supo mucho, dedicado a la vida en familia, a criar a sus hijos. Tras haber encandilado a los Beatles y al mundo con uno de sus mayores álbumes, Blonde on Blonde, desapareció de la vista, se recluyó y se la pasó tocando y zapando en el sótano de su casa.
  • La lista de sus virajes sigue. Judío de nacimiento, a principios de los 80 sintió el llamado de Cristo y se convirtió al cristianismo, para alarma y disgusto de aquellos de sus seguidores que buscan respuestas en sus inesperadas acciones (y porque los álbumes de ese período, Slow Train Coming, Saved, Shot of Love, no son los más brillantes de su carrera). Tampoco entendieron cuando en 1997 se encontró con el papa en Bolonia y tocó Knocking on Heaven's Door (Dylan siempre tiene un tema para cada ocasión: en 1991, en plena Guerra del Golfo, fue a recibir un Grammy a la trayectoria y tocó Masters of War, la gran canción antibélica). Y mucho menos aún se esperaba que posara para un aviso de la marca de lencería Victoria Secrets, que apareciera en otro de iPod y que su tema Subterranean Homesick Blues fuera usado por Google para promocionar un nuevo motor de búsqueda. Y, colmo de los colmos, que diera permiso para que The Times They Are A-Changin sonara en la publicidad del Banco de Montreal.

Lo único que en su vida se mantiene estable es la música. Y las giras. A punto de cumplir 71 años, allí está, rodando, viviendo más en moteles de ruta que en ningún otro lado. Como si aquel "cómo te sentís cuando no tenés un hogar al que volver" hubiera sido un anuncio de su propia vida.
La anécdota esta vez es porteña. Primera visita de Bob Dylan a Buenos Aires, en agosto de 1991 para actuar en el estadio Obras. No eran sus mejores tiempos: estaba saliendo del bloqueo creativo que lo tuvo casi sin componer durante una larga temporada. Hacía apenas tres años que había comenzado el Never Ending Tour, y faltaban todavía seis para que saliera Time Out of Mind, el disco de la resurrección. De todas maneras, aquí y en todos lados, el peso de la historia era muy fuerte: el ícono de los 60, el hombre que había subyugado a los Beatles y los había impulsado, desafiado, a escribir letras más serias, con mayor vuelo poético, llegaba por primera vez a la Argentina. Alguien de la organización fue a buscarlo a Ezeiza. No se sabe cómo, pero Dylan bajó del avión y nadie lo vio. Tranquilo, dicen que con su guitarra a cuestas, el hombre tomó un taxi rumbo a Capital. Seguramente habrá habido levantadas en peso a aquel a quien se le escurrió tan conocido rostro. Pero, en su descargo, hay que decir que también es muy de Dylan pasar inadvertido. Las anécdotas que circulan son muchas.
Dicen que es el hombre invisible, pero no como aquel de la vieja serie de TV ni porque tenga el manto mágico de los elfos, sino porque usa el método de Edgar Allan Poe en La carta robada, ese cuento en el que el sobre del que pende el destino de un rey es escondido por el ladrón dejándolo como al descuido en un portapapeles, arrugado, como si se tratara de algo sin valor ni importancia; algo a quien nadie prestaría atención, salvo, claro, el ojo del lince del detective Dupin. Así, Dylan también se esconde a la vista de todos. En las muchas páginas de Internet que nutren sus fans de todo el mundo, siempre hay nuevas historias. Que se lo cruzan en un bar de la ruta con su cepillo de dientes en la mano. Que está tomando algo en un bolichón de mala muerte. Acá mismo, en su última visita en 2008, salió del hotel y fue a practicar boxeo a un club de Almagro. En Punta del Este, en el mismo año, anduvo en bicicleta vestido de mujer a la vista de todos. Simplemente, nadie podría pensar, como en México, que es Bob Dylan el que se toma el subte para ir a dar una vuelta.
El es él, pero no siempre
El método de la invisibilidad comenzó desde su mismo inicio artístico. Robert Zimmerman, tal su verdadero nombre, adoptó otro y nunca se molestó en aclarar por qué. O mejor dicho dio muchas respuestas diferentes. Que era por un lejano pariente, que era en homenaje al escritor irlandés Dylan Thomas. En 1965, en una conferencia de prensa, le preguntaron si era cierto que había cambiado su nombre, respondió que sí, que el verdadero era Knezelwitz. "¿Knevevitch?", preguntó el periodista. "Knevovitch, sí -contestó-, ese es mi nombre, pero no voy a decirte el apellido."
  • Lo cierto es que de allí en más, él es él, pero no siempre. Como cuando, en Don't Look Back, el documental de Pennebaker que registra sus gira por Inglaterra de 1966 mirando una noticia sobre él en los diarios dice: "I'm glad I'm not me", un intraducible juego de palabras que sería algo así como qué suerte que yo no soy yo.

También ha logrado a lo largo de estos 50 años de carrera (el 19 de marzo se cumplió medio siglo de la edición de su primer álbum, Bob Dylan) que su vida personal siga siendo un enigma. Como un Salinger al revés, él está allí, siempre en viaje, siempre en la ruta, pero casi nada se sabe de él. Sí se supo de su primer casamiento con Sara Lowndes, pero tras esa separación que dio como resultado Blood on the Tracks, para muchos el disco sobre ruptura amorosa más perfecto de la historia, todo quedó envuelto en el enigma Dylan. Tanto es así que recién se enteró el mundo de su segundo casamiento, con una corista de su banda, cuando el amor y el matrimonio ya habían terminado.
Se rumorea que tiene muchas propiedades, unas veinte dicen algunos, diez arriman otros. Lo más aceptado es que tiene una casa en Malibú, donde viviría buena parte del tiempo que no está de gira; una granja en su Minnesota natal y un complejo de oficinas en Santa Monica. Pero también se dice que tiene propiedades en Nueva York, España y el Caribe. Tampoco hay muchos datos sobre su patrimonio, y no se gasten en buscar en Forbes, nunca aparece allí.
Nadie puede asegurar si hoy está casado, dónde vive de verdad y ni siquiera con certeza cuántos hijos tiene.
Lo rodea una cortina de humo que viene tejiendo desde hace años. "Me preguntó por mi familia, de dónde eran. Le respondí que no tenía ni idea, que habían muerto tiempo atrás", cuenta Dylan en Crónicas, (primer volumen de su autobiografía, aparecido en 2004, y que quién sabe cuándo continuará). Estaba frente al publicista de Columbia Records, el sello con el que acababa de firmar para sacar su primer disco, recién llegado a Nueva York, y que se los requería para comenzar a promocionar su trabajo. "Trató de sonsacarme ciertos datos, como si esperara que yo se los facilitase sin reservas", agrega, explica y confunde aún más.
  • La de su falsa orfandad es sólo una de las muchas fábulas sobre su vida anterior que armó en aquellos años. También contaba, aquí y allá, que había viajado por el país en furgones, que había llegado a Nueva York colándose en un tren de carga, que había recorrido el sur del país, que había vivido en México, que se había unido a una feria ambulante a los 13 años, que era descendiente de los sioux.

Cosa de músicos
No son sólo los fans los que intentan entender a este enigmático artista. Para los músicos, los encuentros con Dylan son también hitos, ceremonias especiales y, siempre, inesperadas. "La primera vez que me encontré con él, me descolocó completamente cuando me pidió sacarse una foto conmigo -le contó Bono a la revista británica Q, sobre su encuentro con Dylan en 1985-. Luego me sentó y comenzó a preguntarme sobre la Familia McPeak, yo pensaba si sería una banda punk de Arkansas, pero resulta que era un grupo de música folk irlandesa del que yo nunca había oído hablar."
  • Nick Cave también suele contar que, luego de años de admirarlo profundamente, se encontraron finalmente en un festival, en un día de lluvia torrencial. "Yo estaba de pie en el barro, entre bastidores, y vi a un viejo caminando en línea recta a través del campo embarrado. Cuando llegó me dijo: «Sólo quería decirte que me gusta mucho lo que haces», y se fue."

Rubén Blades le contó otra a Fena Della Maggiora en el programa Músicos latinoamericanos del canal Encuentro. Allí, el panameño recordó que cuando para su álbum en inglés sugirió convocar a Dylan, todos en su sello fueron escépticos. Sin embargo, ante su insistencia, el mensaje fue enviado. Un día sonó el teléfono de Blades en Los Angeles, y era Bob invitándolo a su casa en Malibú. "No sé manejar", dijo Blades, y tras reírse a carcajadas, Dylan ofreció ir para allá. "Y allí apareció, en un auto destartalado, con un perro enorme y su guitarra."
Como si fuera un tipo normal. Como si no fuera el gran enigma de la música popular de hoy. Como si no hubieran hecho falta seis actores (Christian Bale, Cate Blanchett, Heath Ledger, Richard Gere, Ben Whishaw y Marcus Carl Franklin) para intentar retratar su multifacética personalidad en la biopic I'm not There, dirigida por Todd Haynes.
O es todo simplemente un espejismo. Una tela de araña, una cortina de humo para ocultar una verdad sencilla. Dejémoslo hablar a él, otra vez desde las Crónicas: "Nunca fui más que lo que soy. Un músico folk que contemplaba la neblina grisácea con ojos cegados por las lágrimas y componía canciones que flotaban en una bruma luminosa". Palabras de Dylan.

LOS SHOWS

El Never Ending Tour vuelve a traer a Bob Dylan por estas tierras en las próximas semanas. Será la cuarta visita: en 1991 actuó en Obras; en 1998 llegó como acompañante de la gira de los Rolling Stones en River; la tercera, en 2008, fue en el estadio Vélez. Esta vez, para alegría de sus fans, la cita es más íntima, en el teatro Gran Rex, donde actuará el 26, 27, 28 y 30 del actual. Serán así shows más similares a los que da en los territorios más caminados, Europa y EE. UU., donde toca en salas chicas.

Y TODAVIA MAS CARAS - (MAS) CARAS

A la par de su inmensa carrera musical, Dylan también ha incursionado en otros territorios artísticos. En 1971 editó Tarantula, una breve y extraña novela en la que alternan poemas con cartas y bromas, y que obtuvo tibias críticas. Mucho más apreciado fue el reciente Crónicas, en el que cuenta momentos de su vida con una prosa rica y ágil que lo vuelve indispensable para sus fans. El cine también lo tentó en varias ocasiones: en 1973 actuó en el western Pat Garrett & Billy the Kid. En 1978 dirigió la extensa y también rara película Renaldo & Clara, filmada durante la gira Rolling Thunder Revue, y en la que participaron además de los músicos que lo acompañaban, gente de otras ramas del arte como el poeta Allen Ginsberg y el dramaturgo Sam Shepard. También fue más exitoso su segundo intento, la reciente Masked & Anonymous en la que participó activamente en la dirección y guión (aunque con seudónimos) y que protagonizó como el cantautor renegado Jack Fate.
La pintura también ha sido una pasión, aunque recién hace tres años realizó su primera exposición.
Finalmente, su primer amor, la música, lo pudo expresar en el programa de radio Theme Time Radio Hour que condujo durante tres temporadas por una emisora de Internet.

AMNESTY

Por los 50 años de la existencia de la ONG Amnesty International, acaba de editarse Chimes of Freedom, un álbum cuádruple en el que los más diversos artistas versionan temas de Dylan. Diana Krall, Miley Cyrus, Sting, Adele, Bad Religion, Maroon 5, Ziggy Marley, Joan Báez, Lenny Kravitz, My Chemical Romance, Jackson Browne y el Kronos Quartet, entre otros, suman 73 canciones con interpretaciones para todos los gustos.
Fuente: lanacion.com
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Look back:Bob Dylan y el cine

Bob DylanA raíz de la retrospectiva del cineasta D.A. Pennebaker, plato fuerte de la última edición del Festival In-Edit 2010, repasamos la estrecha relación de Dylan con el cine, nacida tras el influyente documental Don’t Look Back.
Por Andrés Nazarala
Una debilidad común de los documentales musicales es que son hechos por fans. Más allá de la ya superada discusión respecto de si la objetividad es o no pieza fundamental de toda obra que registre la realidad, el problema de estos homenajes realizados por admiradores es que caen fácilmente en la hagiografía. Y, contando con un par de excepciones, terminan ahogándose en medio del fulgor de un grupo reducido.
La relación entre Bob Dylan y el cine nació lejos de estos tributos. El cineasta D.A. Pennebaker –quien a esas alturas había realizado un par de filmes experimentales y un documental sobre Jane Fonda- no estaba familiarizado con la música del artista ni con su biografía, ni menos con la importancia de su irrupción en el panorama musical tras llevar el folk americano a territorios insospechados.
Bob Dylan y D.A. Pennebaker rodando Don't Look Back
Robert Zimmerman –transformado en Bob Dylan luego de leer al poeta maldito y borracho Dylan Thomas- estaba provocando un pequeño sismo en una industria musical por entonces inofensiva, a través del reciclaje de la música de raíz, lachanson de los existencialistas franceses, la poética beatnick, el romanticismo de la revolución y la ética social del teatro de Brecht.
En una era turbulenta ("the times they're-a-changing", cantaba), el músico –que había vagado por Estados Unidos y se había formado en el ambiente intelectual de Nueva York- estaba importando fragmentos de una cultura ya olvidada para su reciclaje. La licuadora de Dylan preparaba una pócima singular y necesaria para digerir los conflictos sociales y políticos del momento; todo esto antes de la aparición del movimiento hippie.
Pero Pennebaker no lo sabía y, al aceptar la oferta que le extendió el manager Albert Grossman de registrar la gira que Dylan llevaría a cabo por Inglaterra en 1965, estaba acogiendo también el desafío de descubrir al astro en pleno proceso artístico, sin prejuicios ni afectos preinstalados.
"Lo que es crucial es que empieces a tomar conciencia de quién tienes delante a través de la cámara. Puedes no conocer al personaje, pero algo hace que cuando miras por el visor de la cámara te conviertes en un individuo muy observador", ha opinado el realizador al respecto.
Dylan chequeando el sonido en el Royal Albert Hall
Lo que Pennebaker observó es la maquinaria que se esconde detrás de todo ídolo popular. Don't Look Back (1967) es tanto una película sobre Dylan como una mirada –sin acentos ni adornos- a la agitada y millonaria trastienda de la industria del rock. Y es aquí donde se cae el artista puro: si sobre el escenario del Royal Albert Hall Dylan es un trovador sensible y agudo, tras bambalinas es un tipo inmaduro y arrogante que se dedica a humillar injustificadamente a la prensa (famosa es la larga tortura a la que somete al periodista Horace Judson, de "The Times").
También lo vemos manifestando su envidia por Donovan (su equivalente británico), violentándose con un tipo en el hotel que supuestamente habría tirado un cenicero por la ventana y hundiéndose en el divismo, avalado por un prepotente y ambicioso Albert Grossman. La cinta, de hecho, incluye un par de escenas en la que el manager negocia shows por teléfono con la actitud de un Corleone.
Aunque Pennabaker no se detiene demasiado en la fiebre de los fans –lo haría más tarde en 101, documental sobre seguidores de Depeche Mode-, la devoción colectiva se presiente al otro lado de las murallas. El hotel, que funciona como gran escenario del documental, es el refugio de un Dylan que comenzaba a gozar de los beneficios de ser una estrella; los mismos que rechazará años más tarde cuando opte por la reclusión voluntaria.
  • Lo que habla bien de Dylan en Don't Look Back es su genuino interés por la música. Con Joan Báez se entretiene interpretando viejas canciones folk y compartiendo nuevas composiciones, aunque queda claro también que la suya es una relación que está muriendo. Icónico es a estas alturas el momento en que ella canta mientras él –¿envidioso?- golpea fuertemente las teclas de su máquina de escribir sin prestarle atención.

Para ser un documental sobre música, Don't Look Back tiene pocas melodías. A Pennebaker le interesó más la dinámica de grupo, los hilos que se mueven en la industria y el nacimiento de una soberbia estrella de rock que, de negro y siempre con sus lentes Wayfarer puestos, estaba tratando de marcar un hito dentro de la historia de la música popular.
A la izquierda, Allen Gingsberg; a la derecha, Bob Dylan
Para establecer distancia, el medio elegido por Pennebaker para el registro fue un blanco y negro granoso y la ausencia de música incidental. Pero la falta de grandes momentos musicales se ve compensada por un comienzo que, inconscientemente, estaba inaugurando lo que más tarde conoceremos como videoclip: Dylan mostrando carteles con palabras de la letra de Subterranean Homesick Blues, a medida que avanza la canción. A sus espaldas se puede ver al poeta beat Allen Ginsberg. De más está decir que la escena ha motivado una serie de trabajos posteriores como el video deMediate, de INXS.
Como ocurriría más tarde con el documental de Godard para los Rolling Stones, Don't Look Back no fue bien aceptado por Grossman y compañía. Tampoco parecía una película visualmente atractiva para los exhibidores. Por eso tuvo una modesta apertura en el Presidio Theater de San Francisco y un corto paso por una pequeña sala de Nueva York. Esto fue dos años después de su realización.
Sin embargo, la cinta marcó el inicio de D.A. Pennebaker como documentalista musical. Más tarde registraría el Festival Monterey Pop, el último concierto de Ziggy Stardust (David Bowie), la abucheada presentación de la Plastic Ono Band en Toronto y la gira de 101 noches que realizó Depeche Mode, entre otros hitos de la historia del rock.
Para Dylan, en tanto, el documental fue su primera relación con el cine, un arte con el que se iría relacionando de manera más estrecha con el tiempo.

Dylan salta a la dirección

Después de Don't Look Back –y tras tener un accidente en moto que lo llevó a pensar en la muerte y la trascendencia- Bob Dylan quedó con ganas de dirigir y contactó a Pennebaker para una asistencia. Finalmente decidió trabajar con escenas de la gira británica de 1966, que el documentalista ya había filmado, y editarlas él mismo. Ahí tuvo su primer encontrón con el realizador." no es algo que se aprende estacionando autos en el garage. Debes saber algunas reglas y él no las conocía", confesaría Pennebaker más tarde.
El porfiado de Dylan no tomó en cuentas las advertencias y construyó Eat The Document (1966), un documental incoherentemente montado que tuvo su estreno en el canal ABC. Luego, la cinta desaparecería del mapa para renacer como rara pieza de colección de exclusivo interés para fanáticos.
Eat The Document
El valor de Eat The Document es que contiene una escena que, según los especialistas en música, marcaría el nacimiento del rock. Resulta que Dylan cambió la guitarra acústica por la eléctrica, subió el volumen de sus amplificadores y espantó a los románticos amantes del folk, recibiendo el apodo de "Judas" por uno de los vociferantes asistentes. El tenso momento sería rescatado más tarde por Scorsese en su documental No Direction Home.
En Eat The Document hay otros dos instantes memorables: cuando Dylan interpreta una canción junto a Johnny Cash y cuando pasea en taxi con John Lennon. Completamente drogados, ambos entablan una delirante conversación. Ese instante no es menos trascendente: Dylan habría metido a Los Beatles en la marihuana, lo que marcó el primer gran giro musical de los Cuatro de Liverpool. El segundo sería la experimentación motivada por el ácido lisérgico, pero esa es otra historia.
El fracaso de Eat The Document, sumado a la mala crítica que recibió su novela experimental Tarantula, llevaría a Dylan a concentrarse exclusivamente en la música y a apartarse del foco de los medios por un tiempo. Pero el cine volvería a golpear a su puerta.

En la carretera con Sam Shepard

Tras Eat The Document, Dylan sólo aparecería como personaje protagónico en reportajes hechos para la televisión y como secundario en una serie de documentales musicales como El concierto de Bangladesh (1972), donde acompaña a George Harrison, y The Last Waltz (Martin Scorsese, 1978), donde despide a su clásica agrupación The Band.
Pero sus ganas de ser director de cine volvieron en 1975 cuando ideó Renaldo and Clara, película experimental que filmaría a lo largo de su gira más ambiciosa: la Rolling Thunder Revue, una suerte de caravana gitana a la que se subió Joan Báez, Roger McGuinn, el guitarrista Mick Ronson (Bowie) y Allen Ginsberg, entre otros.
Con el fin de que elaborara los diálogos, Dylan contrató al director y dramaturgo Sam Shepard, quien gozaba por entonces de un fuerte prestigio en el mundo de las tablas. El autor detallaría posteriormente el proceso de escritura y rodaje en el libro Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera (Edit. Anagrama).
Sara, ex esposa de Dylan, en Renaldo and Clara
  • Dylan tenía ahora la pretensión de armar una cinta surrealista, compuesta de gags construidos en medio de la gira. Aunque no contaba con un guión elaborado previamente, manejaba ciertos referentes, como cuenta Shepard en su libro:

"El toma café y se echa el sombrero gris de gaucho hacia delante.
-¿Has visto alguna vez Les Enfants du Paradis?- dice. Admito que sí, pero hace mucho tiempo; la vi con una chica que lloró todo el rato así que es difícil saber mi impresión exacta.
-¿Qué me dices de Disparen sobre el Pianista?
-Sí, ésa también la he visto. ¿Es ése el tipo de película que quieres hacer?
-Algo así.
 Dylan tenía modelos inalcanzables. Les enfants du paradis (1945), de Marcel Carné, ha sido catalogada por la crítica francesa como "la mejor película jamás filmada". En 3 horas y 25 minutos, se fusionan personajes reales con actores como “tributo al teatro”.
Joan Baez
Disparen sobre el pianista (1960), en tanto, es la cinta más arriesgada de Francois Truffaut. Motivada por los trabajos de Alain Resnais, ni siquiera el realizador tenía claro de qué se trataba el filme a la hora de filmarlo. Truffaut declararía más tarde que es la única película que llegó a cuestionar dentro de su filmografía.
La importancia del subconsciente a la hora de crear (Truffaut) y la delgada línea que separa a la ficción de la realidad (Carné) serían así los pilares fundamentales en la elaboración de Renaldo and Clara, un juego de espejos en el que el músico Ronnie Hawkins interpreta a Bob Dylan; mientras que éste encarna al personaje ficticio Renaldo y su mujer Sara, a Clara.

Sin una narrativa lineal, hay gags del filme que remiten al lejano oeste mientras que otros se mofan de la figura del rockstar. Si Don't Look Back es la confirmación de Dylan como una estrella, Renaldo and Clara marca su distanciamiento burlesco de ese estereotipo.
Motivado por Ginsberg, la película también incluye una visita a la tumba del escritor Jack Kerouac en Lowell, Massachusetts. Ahí Dylan interpreta una canción en memoria del autor beat, mientras Ginsberg –su amigo y amante ocasional- lee algunos poemas.
Hay también muchas presentaciones en vivo –en casi todas el cantante está con la cara pintada de blanco- y un concierto en el Madison Square Garder en homenaje al boxeador Ruben "Hurricane" Carter, condenado injustamente. Él inspiró la canción Hurricane, uno de los mayores éxitos de Dylan.
La amalgama épica de Renaldo and Clara no fue bien recibida por la crítica. La primera edición duraba cuatro horas –Dylan haría una versión más corta después- y pocos cines quisieron programarla. Finalmente se exhibió en el año 1978 en Los Angeles y Nueva York, ciudades receptivas con las obras del autor, y en una que otra urbe perdida de Estados Unidos.
Ante el fracaso, el artista guardó el filme. Pero éste sería obviamente recuperado por los fans más tarde y editado como bootleg (edición no autorizada).
Pat Garrett & Billy the Kid
Después de Renaldo and Clara, Dylan no volvió a dirigir películas. Por su condición de figura relevante dentro de la cultura popular, aceptó eso sí trabajar como actor en algunas cintas, como Pat Garrett & Billy the Kid (1973), de Sam Peckinpah; la olvidable Hearts of Fire (Richard Marquand, 1987), en la que interpreta a un roquero venido a menos; el thriller Paradise Cove (Robert Clapsadle, 1999), protagonizado por Ben Gazzara, y Masked and Anonymous (2003), donde además fue coguionista con el realizador –el libretista de Seinfeld y Curb Your Entusiasm, y director de Borat(2006)- Larry Charles.

No Direction Home: El nacimiento de una estrella

La pequeña obra de Pennebaker y los intrincados experimentos de Dylan como director no abarcaban toda la importancia que el artista tendría dentro de la cultura del siglo XX. Si algo definía al cantante era su tendencia a cambiar constantemente –de músico de protesta a rockstar, pasando por artista country, escritor, cineasta, opinólogo mediático, cristiano converso, hasta leyenda consolidada- y no existía una película que constatara estos cambios.
La labor de abordar la inmensidad de Dylan y sus múltiples facetas, recaería en Martin Scorsese, cineasta habituado a centrarse en "personajes más grandes que la vida misma".
No Direction Home de Martin Scorsese
Por encargo del manager Jeff Rosen realizó en el 2005 el documental No Direction Home. Para eso recopiló información y entrevistó a figuras importantes en la vida del artista, como Allen Ginsberg (quien moriría al poco tiempo); Suze Rotola (novia del astro fallecida el 1 de marzo recién pasado); el cantante folk Pete Seeger; Joan Báez; D.A. Pennebaker y el mismísimo Bob Dylan.
Aunque Scorsese no descuida los alcances del legado de Dylan en la actualidad, centra su mirada en el período que va desde comienzo de los 60 hasta el año 1966, cuando el cantante agarró la guitarra eléctrica. Fiel a su Nueva York, el cineasta dedica varios minutos a describir la escena folk de Greenwich Village donde se formó el artista; ofreciendo una gran cantidad de información y archivos inéditos.
El punto de inflexión es el concierto en el que Dylan fue tildado de "Judas", el mismo que filmó Pennebaker y que el cantante incluyó en Eat The Document. Sumado al accidente en moto, dio inicio a un nuevo Dylan, uno que trataría de borrar las huellas del pasado.
  • De 3 horas 28 minutos de duración, No Direction Home es el retrato más completo y acabado de Bob Dylan hasta la fecha. Es también la piedra angular de la cinematografía musical de Martin Scorsese, que también incluye The Last Waltz, el video para Bad (1987) de Michael Jackson, la serie The Blues (2003) y Shine a Light (2008), registro de un concierto de los Rolling Stones.

Billy The Kid y Rimbaud como Dylan

Más explícito en retratar las diversas facetas del músico fue el cineasta Todd Haynes (Velvet Goldmine), quien en el año 2007 estrenó I'm Not There. Seis actores encarnan a los distintos Dylan: Cate Blanchett, quien lo imita en la época de Don't Look Back; un niño negro curiosamente llamado Woody Guthrie (como el antiguo cantante folk que inspiró al artista); un actor que interpreta a Arthur Rimbaud, quien a su vez es Dylan; Christian Bale, encarnando la etapa más espiritual del retratado; Heath Ledger, como el Dylan-galán y Richard Gere en los zapatos de Billy The Kid, en clara alusión a la película de Peckinpah.
Los rostros de Dylan en I'm Not There
Para el experimento, Haynes recreó también escenas de Don't Look Back Eat The Document. De la misma manera en que vinculó a Oscar Wilde con David Bowie en Velvet Goldmine (1998), el realizador ofrece un sincretismo universal centrado en Dylan. Su película es uno de los homenajes más originales al cantante pero también una obra que requiere de cierto conocimiento previo sobre la vida del homenajeado. Si Don't Look Back partió del desconocimiento y fue construyéndose a fuerza de impresiones y asombros, I'm Not There es un artefacto para entendidos. Ambas obras marcan una línea de tiempo fundamental: la primera como el nacimiento de un mito y, la segunda, como su consolidación.
Pero lo que estas producciones prueban, junto con todas las cintas que se realizaron entre medio, es que una aproximación final a Dylan es casi imposible. Artista en constante proceso de cambio (incluso ahora cuando edita discos de Navidad, tiene su propio programa radial y se dedica a la música de salón), el autor de Blowing in the wind se escapa de los retratos, como si estos fueran medios para congelar un proceso orgánico que sólo puede concluir con la muerte. ¿Acaso alguien mirará hacia atrás, desde el cine, a la hora de su desaparición?


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